El señor G. está cansado del silencio que envuelve su pequeño pueblo en medio del desierto y decide poner remedio plantando una semilla. Poco le importa al señor G. que sus vecinos crean que se ha vuelto loco, y poco le importa que en el desierto sea difícil hacer crecer una planta: el señor G. está dispuesto a renunciar a parte de su agua con tal de completar su extraño proyecto. Con el señor G. el ilustrador Gustavo Roldan nos muestra que de los gestos más pequeños surgen las grandes cosas y que los sueños, a veces, son mucho más que eso.