El abuelo Manolo era un pintor de brocha gorda y, saltando de andamio en andamio, pintaba paredes y volaba. En cambio, no había persona más pegada al suelo que la abuela Carmen, quien en casa, mientras se mecía, pelaba vainas de guisantes que echaba en un cuenco. Así empieza esta historia de amor, contada en el puro espíritu del realismo mágico. Una historia en la que, como en la vida, cada persona recorre su camino particular, sin sospechar el alcance de sus acciones, sin poder medir en qué momento su historia vital se cruzará con la de otro.